Noroña: Candil en Palestina, Oscuridad en Casa, el senador de Morena evade la responsabilidad de asistir a sesiones clave, como las que discuten reformas a la Ley de Desapariciones o el apoyo a víctimas de desastres naturales.
En un país donde las crisis humanitarias no son un titular lejano, sino un drama cotidiano que devora vidas en silencio, el senador Gerardo Fernández Noroña ha decidido pedir licencia por 12 días para emprender un viaje a Palestina.
El senador de Morena viajará para reunirse con autoridades palestinas, recorrer comunidades afectadas y, posiblemente, documentar en vivo el conflicto en la región.
Noroña, fiel a su estilo incendiario, justifica la ausencia como un acto de «solidaridad sincera» con un pueblo en agonía, reconociendo que no era estrictamente necesario ausentarse del Senado para un viaje tan breve.
Sin embargo, en un gesto de aparente transparencia, optó por la licencia para evitar «observaciones» sobre su quehacer legislativo.
En un México ahogado en sus propias emergencias, esta decisión huele a hipocresía selectiva: candil de la calle, oscuridad en casa.
No se trata de negar la tragedia palestina. El conflicto en Medio Oriente es un horror global, con miles de civiles atrapados en un ciclo de violencia que clama por voces internacionales.
Noroña, ¿en calidad de qué viaja? ¿Como senador mexicano en misión oficial, o como activista personal que casualmente deja su escaño vacío? La invitación data de su época como presidente del Senado, pero ahora, en pleno 2025, con Palestina sumida en una incertidumbre bélica que hace temerario cualquier itinerario.
El viaje, cubierto en vuelos de lujo por Emirates y con escalas en Jordania, no es precisamente un acto de ascetismo revolucionario. Es, en todo caso, un lujo que contrasta con la precariedad de quienes claman ayuda en su propio patio trasero.
Y ese patio trasero es México, un territorio que sangra con crisis humanitarias que Noroña, como legislador de Morena, debería priorizar con uñas y dientes.
En cambio, opta por un exilio temporal que deja al Senado con 127 legisladores, en lugar de presionar por presupuestos robustos o leyes que garanticen derechos a migrantes, prefiere un viaje incierto a una zona de guerra, donde —como él admite— «lo peor que podría pasar es que me quiten la visa».
Qué privilegio el de quien puede permitirse riesgos exóticos mientras ignora los cotidianos en casa. Esta es la esencia del refrán: Noroña ilumina con fervor causas ajenas, pero deja a oscuras las suyas.
Su historial de shows mediáticos, desde protestas frente a Trump hasta lives controvertidos por donaciones opacas, lo pinta como un performer más que como un servidor público.
Pedir licencia para no cobrar dieta es un gesto noble en teoría, pero en la práctica, evade la responsabilidad de asistir a sesiones clave, como las que discuten reformas a la Ley de Desapariciones o el apoyo a víctimas de desastres naturales.
México no necesita más selfies en campos de refugiados palestinos; necesita senadores que legislen contra la impunidad que devora a 121,000 familias, que atiendan la oleada migratoria que satura albergues en la frontera norte, que impulsen alianzas como la de UNICEF para que la niñez en crisis, aquí, no allá, no quede desprotegida.
En última instancia, este viaje no es un crimen, pero sí un síntoma de prioridades torcidas en la Cuarta Transformación.
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