Claudia Sheinbaum no solo ha cuestionado la legitimidad de la marcha de la Generación Z del 15 de noviembre; ha convertido su rechazo en una estrategia de deslegitimación sistemática que revela, más que fuerza, un temor profundo al disenso juvenil y espontáneo.
Sheinbaum ha insistido en que la marcha no es de la Generación Z, sino de “unos cuantos mayores de edad” financiados por la oposición. Ha hablado de campañas millonarias en redes, de bots, de inteligencia artificial y hasta de modelos importados de otros países.
Todo ello sin presentar una sola prueba concreta, más allá de capturas de pantalla y especulaciones. Este discurso no es nuevo. Es el mismo que usó López Obrador contra el feminismo, contra el INE: descalificar al mensajero para no escuchar el mensaje.
Pero esta vez el mensajero no es una élite política ni un medio tradicional; son jóvenes en TikTok y X, muchos sin partido, sin líder visible, sin más arma que su indignación por la violencia, la corrupción y el asesinato impune de Carlos Manzo.
¿Es tan difícil creer que una generación que creció con balazos en las escuelas, con desapariciones en las noticias y con un país en llamas pueda organizarse sin que detrás haya un “adulto manipulador”? Sheinbaum parece incapaz de concebirlo. Y ahí radica su error: subestimar la autonomía política de una generación que no necesita su permiso para protestar.
Las vallas metálicas no son nuevas en Palacio Nacional. Pero su justificación sí lo es: proteger a los manifestantes de sí mismos. Sheinbaum habla de “bloques negros”, de “provocadores”, de “artefactos incendiarios”.
Palabras que evocan fantasmas de violencia que, curiosamente, no han aparecido en ninguna de las marchas previas de esta generación.
El blindaje físico es la metáfora perfecta del blindaje político: cerrar el espacio público para evitar que el descontento entre al corazón del poder. Y el mensaje a la juventud es devastador: “Pueden gritar, pero no se acerquen”.
La represión no siempre es un tolete o un gas lacrimógeno. A veces es descalificación mediática, investigación selectiva de cuentas en redes, infiltración de provocadores para justificar la fuerza.
Sheinbaum ya anunció que “investigará quién financia” la marcha. ¿Con qué fin? ¿Para transparentar o para intimidar? Si el 15 de noviembre hay un solo joven detenido por “alterar el orden” mientras marcha pacíficamente, si una sola cuenta es suspendida por “difundir desinformación”, según criterios del gobierno, si una sola valla es usada para contener en vez de proteger, la represión habrá comenzado. Y no será con tanques, sino con el lento y eficaz veneno de la criminalización del disenso.
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