
Expropiación Petrolera, ayer; el cuarto aniversario de la Cuarta Transformación, en noviembre pasado, cualquier pretexto es bueno para que la gente demuestre su “espontáneo” apoyo al gobierno actual en marchas programadas.
No es nuevo, el Zócalo de la Ciudad de México ha sido escenario de concentraciones de gente por diferentes causas; se realizan concentraciones de todo tipo, pequeñas o monumentales, porque es el lugar, esta y todas las plazas públicas del país, para que, por derecho, mexicanas y mexicanos se reúnan para mostrar su descontento, o a exigir, a conmemorar, a recordar, a expresar su alegría. Y todas las marchas y concentraciones, por el motivo que sea, incluso las más espontáneas, tienen un costo de organización y logística.
Se entiende que la política como motivo, es una de las principales fuentes de marchas y reuniones; las grandes concentraciones de apoyo político cuando es tiempo de campañas, son parte del itinerario. De hecho, esas cuestan más. Y por ello están reglamentadas y desde hace algunos años, incluso fiscalizadas.
El tema es ¿y cuando no es tiempo electoral? Cuando, fuera de las concentraciones por conmemoración de efemérides con desfiles, verbenas populares y pirotecnia, nos vemos sorprendidos con enormes reuniones de personas manifestando su apoyo político.
Si nos ajustamos a las 500 mil personas que acudieron al Zócalo ayer, según cifras de las autoridades capitalinas, y establecemos una media de 20 mil personas provenientes de los 31 estados de la República, se requirieron alrededor de 570 camiones. Cada camión cuesta, conservadoramente y precio amigo, entre 12 y 24 mil pesos -dependiendo de las distancias- por viaje redondo. Eso, más los viáticos por estancia de cada persona. Faltaría contar los camiones que se usaron de forma local, más provisiones como agua y alimentos en una jornada de varias horas.
Por supuesto, logística, mobiliario, sonido, pantallas, personal de seguridad, gorros, banderines, camisetas, pancartas etc., también implican un costo. Aunque este costo esté dividido entre el partido organizador, los patrocinios de funcionarios y legisladores de los tres niveles de gobierno en todo el país, y el propio gasto por uso de personal, sillas, tarimas, equipo de sonido, vallas, que pone la autoridad, al final se trata del erario público.
Más allá de afinidades y rechazos políticos, saquemos cuentas. Muchísimo dinero sólo para demostrar “músculo” político. Valdría la pena señalar la incongruencia de un gasto multimillonario ante una promesa de ahorro presupuestal y la utilización de recursos en las propias necesidades del pueblo. Aunque los motores estén encendidos ya, aún no son tiempos de campañas. Es importante guardar las formas y más importante cuidar el presupuesto, y los gobiernos son los responsables de ello.
