
Sheinbaum y Luis Munguia y el indignante desdén presidencial, Claudia Sheinbaum minimiza el dolor de Puerto Vallarta y obliga al alcalde «a tragar sapo» por miedito al regaño como en Veracruz.
En un despliegue de frialdad que roza lo inhumano, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo ha decidido que el sufrimiento de los vallartenses, con ciento de familias que con afectaciones en sus hogares, negocios, autos y hasta una vida que se perdió por las devastadoras inundaciones, provocadas por la tormenta tropical Raymond, no merece ni un ápice de empatía.
«No son muy graves», soltó la mandataria este lunes 13 de octubre durante su «mañanera del pueblo», como si el desbordamiento de siete canales pluviales, el lodo hasta el metro de altura en colonias como Ixtapa, Las Mojoneras y El Pitillal, y la tragedia de un fallecido fueran un mero contratiempo veraniego.
¿Graves? Para Sheinbaum, aparentemente, solo lo son las catástrofes que le estallan en la cara, como las 18 muertes en Veracruz, donde al menos tuvo que aparecer para recibir reclamos a gritos y fotos de desaparecidos.
En Puerto Vallarta, ni eso: un comentario desde el escritorio de Palacio Nacional y a otra cosa.
Mientras Sheinbaum se lava las manos con excusas meteorológicas –»no se podía predecir la magnitud», balbuceó en su conferencia, admitiendo que las autoridades «no vieron venir» la intensidad de las lluvias que superaron los 100 mm en horas–, los damnificados palpan la realidad cruda: más de 1,200 viviendas anegadas, 85 comercios arrasados, 300 vehículos convertidos en chatarra flotante y una familia de luto eterno por la víctima fatal.
Y no hablemos del soldado electrocutado en rescate, ni de los cocodrilos sueltos, ni del hundimiento del barco turístico Marigalante. Para la presidenta, esto es «atendido por el gobierno estatal», como si Jalisco no estuviera desbordado y rogando por apoyos federales que tardan en materializarse.
Pero lo que apesta a sumisión cobarde es la reacción del presidente municipal, Luis Ernesto Munguía González, quien lejos de plantarse y defender a su gente, esa que lo eligió para liderar, no para lamer botas, el alcalde verde optó por el silencio servil.
Ni una palabra de protesta pública ante el desdén presidencial; al contrario, en recorridos por las zonas afectadas, se limitó a anunciar comedores comunitarios y entregas de colchones, como si eso borrara la humillación de que su jefa de arriba los tache de «no graves».
¿Miedo a un regaño como el que Sheinbaum propinó a los de Veracruz, donde interceptaron su convoy exigiendo respuestas? Munguía, con su historial de acarreos de estudiantes a su informe y pedidos de adelantos millonarios al estado para tapar agujeros fiscales, sabe bien que cuestionar al poder central es jugársela.
Prefirió, como decían los antigüos «tragar el sapo», esperando que los apoyos federales, esos que el senador Carlos Lomelí gestiona con tibieza, lleguen sin más broncas.
Mientras Sheinbaum vuela a Puebla o Hidalgo a posar con damnificados –prometiendo «no dejar a nadie desamparado» en estados opositores–, Puerto Vallarta queda relegado a una nota al pie en su agenda.
A los vallartenses les tocará exigir a gritos, como en Veracruz: que Sheinbaum baje de su pedestal, que Munguía deje de ser un eco sumiso y que los apoyos no sean migajas.
Más de 150 despensas y kits de limpieza no bastan para reconstruir vidas destrozadas por una tormenta que el gobierno «no vio venir».
Si la presidenta cree que en Puerto Vallarta «no les fue tan mal», que venga a Las Mojoneras a explicárselo a las familias que duermen en refugios improvisados. Y si Munguía no lo hace, que el pueblo le recuerde: el cargo es para servir, no para arrodillarse.
